A principios de este verano ya olvidado, una noticia venida de Suecia pasó inadvertida incluso para la prensa especializada: el Gobierno sueco denegaba la autorización para la construcción de una línea de transmisión eléctrica submarina (proyecto Hansa PowerBridge de 700MW) que pretendía conectar el sur del país con la costa norte de Alemania. Los suecos, que son uno de los mayores exportadores de electricidad de Europa, habían decidido que no les interesaba reforzar su interconexión con el mercado alemán de electricidad, porque les contagiaría aún más de su volatilidad y de sus ineficiencias.
Apenas un mes antes, la Comisión francesa para la Regulación de la Energía (CRE) hacía lo propio con España al descartar una buena parte de los proyectos de interconexión eléctrica con la Península Ibérica: en su informe de mayo titulado Las interconexiones francesas en el corazón de Europa desacredita de un plumazo la viabilidad de 3.000MW en proyectos de interconexión, que llevan sobre la mesa desde 2015, dando así al traste con el 40% de la capacidad interconexión esperada para 2030. Pero el plan integrado español de energía y clima (PNIEC), en su versión final de septiembre, seguía inasequible al desaliento y multiplicaba por más de dos las exportaciones de electricidad españolas en el horizonte 2030.
Este crecimiento tan notable de las exportaciones no lo podrá absorber la economía portuguesa, sino el resto del mercado interior de la UE a través de la frontera francesa. Y eso que Francia en 2023 volvió a ser el primer exportador de electricidad de la Unión, muy por delante del segundo. Sorprende, por tanto, la capacidad del PNIEC para hacer crecer exponencialmente la oferta de generación renovable peninsular al 2030 y al mismo tiempo sorprende su incapacidad para encontrar demanda para esa energía en suelo peninsular. Quizá será porque esa demanda viene cayendo desde 2018 y no acaba de levantar cabeza, con lo que no nos queda más remedio que mandar la electricidad a Francia. ¡Qué inventen ellos!, diría el PNIEC, abusando del bueno de Unamuno.
Francia es sin duda paso obligado para nuestras exportaciones de bienes más allá de los Pirineos; lo es también para la integración de nuestras infraestructuras de transporte y de comunicaciones digitales; y pieza necesaria para que la península deje de ser una isla eléctrica en los confines de la Unión. Pero si parece que Francia no está por la labor, y además creemos que España tiene una oportunidad privilegiada en un futuro europeo de energías bajas en carbono, quizá deberíamos intentar sacar mejor partido a eso de ser una isla eléctrica: podríamos atraer un montón de inversión extranjera ofreciendo una energía más barata, más limpia y más segura que el resto de la UE, sin contagiarnos de las ineficiencias de nuestros vecinos extrapeninsulares, como temen los suecos de los alemanes.
«España tiene todo para desarrollar un sistema eléctrico eficiente con precios competitivos y seguridad de suministro»
Lo cierto es que España tiene todas las papeletas para desarrollar un sistema eléctrico eficiente que garantice a la vez precios competitivos y seguridad de suministro, y necesita muy poca ayuda de Francia para hacerlo. Tenemos el mejor recurso solar del continente y un buen recurso hidráulico y eólico; somos el segundo país en generación nuclear de la UE y el primero en capacidad de regasificación de gas natural licuado (con más del 30%); y contamos con el tubo de gas con Argelia que resiste incluso a los errores del Gobierno. Para sacarlo adelante tenemos una buena guía en el informe Draghi.
Tenemos ya llamando a nuestras puertas nuevas demandas de electricidad, como la de los centros de datos o las de la electrificación del calor industrial, que hoy se obtiene quemando combustibles fósiles. Ambas demandas ven hoy día denegadas o postergadas en el tiempo la mayoría de sus solicitudes de acceso y conexión a la red, red que apenas creció el 1% en 2023. Debemos, por tanto, poner en marcha los cambios regulatorios y las medidas para desarrollar la demanda de electricidad a mucha mayor velocidad. Y no sería sorprendente que pudiéramos construir la mejor red de transporte y distribución de energía eléctrica de la Unión, incluso a pesar de Francia, porque las empresas españolas siguen a la cabeza de Europa en su capacidad de desarrollo de nuevas infraestructuras, ya sean energéticas, de transporte o de telecomunicaciones.
No dejemos, por tanto, toda la solución en manos de Europa: el Gobierno español tiene muchas herramientas a su alcance para empujar esta agenda. Si además contamos con la ayuda de la Comisión Europea, especialmente para conseguir la reformulación del mercado de la electricidad, mucho mejor. Esperemos que la vicepresidenta Ribera, en su nueva capacidad europea, tenga la suficiente determinación para ello. Quizá consiga que los franceses nos hagan más caso a cambio de que ella reformule su posición poco favorable/sostenible sobre el futuro de la energía nuclear en una Europa descarbonizada. Europa saldría ganando y España lo haría por partida doble.