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Bienvenido, Mr. Marshall

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La noticia de que la norteamericana Amazon planea invertir más de quince mil millones de euros en Aragón en nuevos centros de datos ha sacudido todos los titulares de la prensa nacional. La cifra bate récords de inversión extranjera en España, y echa del pedestal inversor a las industrias tradicionalmente más poderosas del país, como las del automóvil y de telecomunicaciones. Esto es sin duda un signo más de los tiempos nuevos que empezamos a vislumbrar. Pocos días antes, la tecnológica americana Nvidia, primer fabricante de los muy codiciados chips gráficos que potencian la nueva inteligencia artificial (IA) generativa, anunciaba un crecimiento de las ventas en su último trimestre de más del 250% respecto del año anterior. Tal es la carrera de armamentos, en titulares del semanario británico The Economist (A trillion-dollar arms race), en la que está empeñada la industria tecnológica norteamericana. El semanario compara este aluvión inversionista en centros de datos para la IA con las masivas inversiones del sector de las telecomunicaciones en la década de los 90, empujadas por El Dorado del internet entonces incipiente.

La promesa de las enormes mejoras en productividad que traería consigo la irrupción de la IA generativa ha llevado a economistas de prestigio a predecir un cambio radical en los patrones de crecimiento futuro de las economías avanzadas. Y encuentran el mejor paralelismo en los años 50 y 60 del siglo pasado, en los que la economía estadounidense encadenó los aumentos en productividad más importantes de su historia económica, dando lugar al tan admirado desde entonces American way of life. Esa promesa conlleva sin embargo unas inversiones en infraestructuras muy abultadas, tanto que han subido al podio de la llamada «revolución de las inversiones» (capex revolution en su inglés original), podio que hoy dominan las inversiones en la transición verde. Estas inversiones en energías bajas en carbono superaron por vez primera el billón de dólares (trillón americano) en 2023. Las inversiones en centros de datos anunciadas por las cuatro grandes tecnológicas en las últimas semanas alcanzan ya los 200 mil millones de dólares, y podrían sumar el billón en los próximos cinco años. 

«La energía nuclear se quedó (desafortunada y equivocadamente) fuera de juego desde el accidente de Chernobyl de 1986»

La principal fuente de energía que propulsó el gran crecimiento económico desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta 1980 fue el petróleo. El crecimiento desde entonces se ha alimentado principalmente a base de carbón en China y con gas natural en el resto del mundo. La energía nuclear se quedó (desafortunada y equivocadamente) fuera de juego desde el accidente de Chernobyl de 1986. A la vista de esta revolución de la IA que trae consigo grandes inversiones en infraestructuras que consumen mucha energía (eléctrica), uno se podría preguntar ¿qué energías impulsarán esta nueva etapa de crecimiento? La respuesta parecería obvia a día de hoy: las energías renovables, adalides de la transición verde. Pero hay muchas voces que dicen que el cometido primordial de estas energías es el de reemplazar cuanto antes la quema de combustibles fósiles, y que por tanto se deben mirar con recelo nuevas demandas de energía que las distraigan de este objetivo. Estos recelos nos traen un leve aroma de aquellos viejos tiempos en que los planes quinquenales soviéticos dictaban las inversiones que se podían acometer y las que se quedaban fuera. Lo cierto es que la meticulosa planificación de la transición verde hasta el año 2050 no contaba para nada con la irrupción de nuevas industrias como la IA. Este suele ser el talón de Aquiles de estos futuros construidos con tiralíneas, a saber, que solo son una extrapolación del mundo de ayer. Resulta sorprendente, sin embargo, que se ponga en tela de juicio la inversión en centros de datos solo porque necesitan de mucha energía, más aún cuando lo que consumen es energía eléctrica, que es el pilar fundamental de la transición energética. Más aún también cuando han sido un ejemplo de eficiencia energética, el otro gran pilar de la transición verde: se estima que su consumo de energía ha permanecido estable entorno al 1,5% del total mundial desde 2010, al mismo tiempo que el tráfico de datos se multiplicaba por más de veinte veces.

Por eso envido más, que diríamos en el mus. Bienvenida sea esta nueva demanda de energía eléctrica, porque el principal problema al que se enfrentan hoy las energías renovables es la caída del consumo de electricidad en las economías avanzadas. En lo que va de 2024, hemos visto cómo abundan las horas del día en las que la electricidad se oferta a cero euros, o incluso a precios negativos, ante la falta de suficiente demanda para absorber la creciente oferta de generación solar fotovoltaica y eólica. España es el cuarto país en el ranking mundial de generación eléctrica baja en carbono: en 2023, más del 70% fue energía libre de emisiones de CO2 – con 20 puntos aportados por la generación nuclear. Seguramente la nueva demanda de la IA ayudará a consolidar el crecimiento de las energías renovables y el mantenimiento cuando menos de la generación nuclear, y será un buen acicate para acelerar el necesario despliegue de nuevas redes eléctricas y de nuevo almacenamiento energético, tanto en el sistema eléctrico como en la industria. Así pues, digamos como en la magnífica película de Berlanga ¡bienvenido, Mr. Marshall!


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